Estío rojo, arropado de besos y un corazón coronando el traje perfecto. Del rey perfecto, de la reina perfecta. Reina de corazones, esta si que es de maravilla...será que es curvilínea y no hace uso de la guillotina. Rey perfecto, tal vez embustero (pero a nadie,claro, le importa un bledo) camuflado bajo encantos erectos y acentos principescos. Reyes perfectos, repartiendo con su lengua bífeda un viscoso y meloso cuento de "amor". "Que sin ti no puedo ser yo", recita el verso venenoso de la serpiente en estío enamorada y se fusiona a su par, al engendro aquel, haciendo de cada uno de ellos no un solo ser (como suelen creer en sus rosados poemas de miel), sino un par de parásitos, repugnantes en su dependiente condición de ser, porque el rumor cursi de un amor les calcina el cerebro (tal vez también el solarium), dejándolo aún más inutilizable que el de un bebé. Semejan enfermos conectados a sondas y parafernálicas maquinarias. "Eres tú mi oxígeno", patética realidad de dependencia, llevando a cualquier individuo con la cabeza bien puesta a cuestionarse si no se tratará más bien de un asmático que de un enamorado. De manera que no es broma que se enferman de amor y que ese incienso rosado de San Valentín viene con una impredecible fecha de caducidad; se esfumará el aroma y los biólogos no han presenciado corazón inmortal, jamás: todos caen en una horripilante putrefacción, irremediablemente,y el doctor hace con él lo que anhele el bisturí. Sí que juegan con el corazón...
Y así es el amor, blasfemo y parasitario, un hermoso envase a la venta, elitista, y a veces, no más que una mentira perfumada con aroma a verdad. Una epidemia, una peste, que atrapa con sus posesivos tentáculos a gran parte de la sociedad.